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viernes, 20 de abril de 2007

Música : Nota para revista TEATRO COLÓN: El diablo en música (diabolus in musica)

Cuando en abril de este año se represente en el escenario del Colón Mefistófeles con música y libreto de Arrigo Boito, tendremos una vez más al diablo en un escenario de ópera. Para rastrear otras apariciones, realizamos un viaje imaginario para entrevistar a este personaje recurrente en la historia de la música.


Era madrugada en mi trasnochado reloj y el tren seguía andando en un viaje que parecía interminable. La oscuridad del coche y la ausencia de otros pasajeros, me hicieron suponer que mi entrevistado conocía perfectamente las características del lugar donde había decidido concederme la entrevista. Antes de que mi ansiedad creciera demasiado y mientras una densa bruma invadía como único paisaje las ventanillas, se presentó ante mí.

- Señorita, el gusto es mío, puede llamarme con cualquiera de mis nombres – dijo con voz indescriptible, desde la oscuridad de su sombrero y el cuello alzado de un sobretodo.- Pero le quiero aclarar – prosiguió antes de que yo atinara a responder– que Arrigo Boito no fue el primero ni el último compositor que decidió convocarme como personaje central de una obra musical. Hay otros nombres como Wagner cuyo holandés errante fue maldecido desafiarme, Liszt con su “Mephisto waltz “y la “Sinfonía Faust”, el gran operista Giacomo Meyerbeer con su afamada “Robert le diable”... – pensó un momento- Carl Maria Von Weber, que en “Der Freischütz” hace que Max pacte conmigo a cambio de balas infalibles y no se olvide del recientemente fallecido Gyorgy Ligeti con su “Escalera del diablo” que parece ascender eternamente, ni los “Tangos del diablo” de Astor Piazzolla. Eso para empezar.– terminó su enumeración y tomó asiento frente a mí.

- Me interesa- dije aprovechando su detención – que hablemos un poco de la obra en la que se basó Boito para su ópera, quizás la que más fama le ha dado a Ud: el Fausto de Goethe1-

Se sonrió frente a mi comentario y comenzó a hablar, asintiendo con la cabeza: - Sí, como fuente inspiradora esa obra ha generado variadas adaptaciones. De las óperas, le diría que junto a “Mefistófeles” de Boito, tenemos que nombrar “La condenación de Fausto” de Berlioz, y “Fausto” de Gounod. Es interesante porque en el caso de Berlioz, él había leído siendo joven la obra de Goethe y había quedado muy impresionado, haciendo varios intentos previos de llevar a la música la historia antes de concluir “La condenación”. Quizás esta aproximación llena de admiración haya logrado que se mantuviese tan fiel al original. Mefistófeles por su parte, es una adaptación más libre de la historia. – frenó su reflexión un momento dando un suspiro - Luego de una primera versión que fue un fracaso absoluto, Boito la rescribió con cambios en la estructura dramática y el rol de Fausto, originalmente pensado para un barítono, ahora para tenor. En 1901 se estrenó esta nueva versión en La Scalla de Milán y en 1908, ya era presentada en el teatro Colón de Buenos Aires. Entonces – hizo un gesto como si estuviese recordando aquella noche de estreno- el gran bajo ruso Fyodor Chaliapin hizo mi parte.

- ¿Y la versión de Gounod? – pregunté tímidamente

- De las tres versiones es la menos fiel al espíritu del relato original. En ella se le da gran importancia al personaje de Margarita. En Alemania la ópera llegó incluso a adoptar el título de “Margarita”, por considerarse indigno llamar “Fausto” a una ópera que no respetaba a Goethe.

Sentí cierto enojo en su voz en las últimas palabras y traté de desviar la conversación: - Aún así, en ella se inspiró la famosa versión literaria de Estanislao del Campo que se conoce como “Fausto criollo” en la que un gaucho narra a otro su experiencia tras asistir, en el Teatro Colón de Buenos Aires, en 1866, a la representación de esta ópera.-

- Es verdad- admitió – pero en fin, siempre se me ha asociado con la música. Según diferentes leyendas, siempre la utilizo como instrumento de seducción y dominio de otras almas, aunque yo siempre me rodeé de música para mi propio placer.

- Sí, las presencias demoníacas son aludidas desde los sátiros griegos, el dios Pan con sus flautas y el desenfreno de Dionisio y sus bacanales. – dije prontamente, pero él me interrumpió.

- Hay referencias desde siempre, pero es la Biblia y la religión católica la que comienza a utilizar nombres precisos asociados a mi persona. Fíjese que en la Edad Media, la música comienza a escribirse, y es entonces cuando aparece la denominación de “Diabolus in musica”, para referirse al sonido formado entre dos notas a una distancia específica que producía lo que en la época era un grado de disonancia intolerable. También se conoce como “tritono” (tres tonos), ese intervalo de cuarta aumentada o quinta disminuida que ocurre naturalmente entre el cuarto y séptimo grado de la escala mayor (por ejemplo, fa y si en la tonalidad de do mayor) y entre el segundo y sexto grado de la escala menor antigua (si y fa en la tonalidad de la menor).

Mi entrevistado tenía altos conocimientos musicales y pensé que debía saber por viejo además de por quién era. Prosiguió:

- Debido a su dificultosa entonación y su sonido siniestro, en el Medioevo se lo consideraba un intervalo prohibido que había que evitar a toda costa. La Iglesia sostenía que yo me colaba en la música a través de él. En realidad – dijo redondeando su explicación - ese intervalo implica un alto grado de disonancia dentro del sistema tonal al que ustedes están acostumbrados, esté o no yo ahí.

- Pero su presencia también se veía en los instrumentos musicales que fueron prohibidos dentro de los espacios consagrados a Dios.

El diablo asintió en silencio y meneando su cabeza agregó:

- No sólo los instrumentos, sino también sus ejecutantes han sido acusados de diabólicos. Recuerde el caso del violinista Nicolo Paganini, quien para algunos era mi encarnación misma.3. E incluso más cerca en el tiempo, la leyenda del padre del blues, Robert Johnson, a quien también se acusó de haber pactado conmigo a cambio de poder tocar su guitarra admirablemente.

- Y esos pactos.... ¿realmente se realizaron? – pregunté curiosa. El diablo se levantó de improviso aunque alcanzó a decir mientras se retiraba esfumándose por el pasillo del tren: - Señorita, cada encuentro con la música puede acercarla al otro mundo y no todos los pactos necesariamente llevan una firma y un contrato escrito.

Temblando todavía por esas últimas palabras, llegué a la estación esperanzada de volver a casa e intentar ejecutar aquella pieza que por semanas no había logrado hacer sonar en mi piano.

Lic. Brenda Sabina Berstein
Artículo publicado como “Simpatía por el diablo” en Revista Teatro Colón nº 75 (marzo/abril 2007)

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